La biblioteca cerraba siempre a
las 8. Esther estaba siendo devorada por las aventuras del muchacho de la
cicatriz. Cuando llegó al salón que le recomendaron el sol apenas estaba sobre
su cabeza. Como todos sabían, el tiempo siempre se escapaba de las manos cuando
se estaba allí.
Debía regresar temprano a su casa
o no podría volver a la biblioteca, según sus padres.
Ella confiaba plenamente en su
reloj biológico, pues le daba una señal justo en el momento preciso. Se relajó
y se sumergió en su lectura.
Cuando sintió la señal se preparó
para partir.
¿Qué hora es? ¿Qué pasó? La
puerta no cedía ante sus manos. Los altos cristales se teñían de negro y ni un
pequeño ruido se escuchaba a su alrededor; nada más que el ulular de una
lechuza, al igual que en su libro favorito.
Esther siempre se enteraba de
todo, pero nunca sospechó que había pasado por alto el aviso junto a la puerta:
“CUIDADO,
EL
TIEMPO VUELA
SI
EN UN LIBRO INMERSO ESTÁS”
27 de julio de 2017